1. Recibimos colaboración de un cultor de la trova paisa, ya citado en esta columna, el cual se identifica como “Carenigua”, con unos versos, que dice, son su aporte para cerrar el año 2025. Esta columna cede con gusto el espacio a esta creación.
Regalos Navideños
Con un plato de natilla,
buñuelos, tamales y hojuelas
celebremos en familia
al niño Dios las novenas.
Nos manda la tradición
regalos intercambiar,
pero este año estuvo duro,
nadie nos los quiso fiar.
Haremos pues el esfuerzo
para mal, no ir a quedar,
traemos los regalitos
para dar y convidar.
Al señor burgomaestre
un saludo muy sincero:
que los dioses le conserven
su espíritu parrandero.
Mensaje a los concejales:
¡que defiendan sus banderas!
de no hacerlo, les daremos,
un buen par de rodilleras.
Para mirar bocatomas
contratos firman sin par,
en enero llegan otros,
Melchor, Gaspar, Baltazar.
Al ego de un funcionario
le daremos otro dron,
a ver si por fin sonríe,
el jefe de planeación.
Pal´ personero ausentista
que le encanta la ciudad,
al niño Jesús pedimos
el don de la ubicuidad.
Al principal secretario
una reluciente placa,
para que vea el espejo
de su gestión tan opaca.
En parranda se gastaron
millones, pesos, centavos,
ahí les va bicarbonato
para pasar el guayabo.
La secretaria de Hacienda
debe ir a misa diaria,
a rogar para que aprueben
la reforma tributaria.
No más de esos monumentos
parecidos al del “Faro”,
quedó en veremos la obra
y nos resultó muy caro.
Los que viven en San Félix,
sean urbanos o rurales,
que se sigan defendiendo
con acciones populares.
A las gentes del Establo,
Palenque y el Playón,
que las promesas les cumplan
deseamos de corazón.
Vecinos de Fundadores,
sin mentiras ni quimeras
esperan la pronta acción,
reparando la escalera.
Por defender la verdad,
la transparencia y cultura,
que no vuelva a merodear
a este medio la censura.
Al pueblo salamineño
una dosis de memoria,
para que recobre altivo
el orgullo de su historia.
(Care-nigua)
2. En reconocimiento a los cultores del estilo costumbrista, en peligro de olvido por los embates de la modernidad, trascribimos a manera de homenaje, un escrito de LEONIDAS AMAYA, contenido en su libro “RUTAS DEL FOLKLOR”, impreso por la Imprenta Departamental de Caldas (1997), página 125.
Retablos Navideños
La mulita, el manso buey y dentro del pesebre, allí en la cuevita rocosa, San José y la Virgen María con el niñito Jesús, que yace sonriente en el lecho de paja tosca y calentado levemente por el vaho de los dos animales amigos. Arriba, la estrella de Belén como siempre mientras por el empinado caminito, cabalgan en sus camellos de patas peludas los tres reyes magos que van subiendo lentamente guiados por la rutilante estrellita en segura travesía, para que puedan llegar con sus ofrendas de oro, mirra e incienso. El lago azul con sus paticos blancos, el riachuelo de aguas cristalinas y el rústico puentecito, un payaso que nos hace muecas y las casitas del campo en verdes potreros, mientras que un perro amarillo les ladra desde la vera del camino. Así ha sido el tradicional pesebre de la familia cristiana en nuestros pueblos y veredas y guardando ciertas distancias y modificaciones, como lo concibió San Francisco de Asís en el siglo XII, para seguirnos acompañando en todos los diciembres.
Dulce añoranza de la infancia lejana; tan gratos recuerdos que se agolpan en las navidades de cada año porque en este suceso tan especial, la memoria no puede fallar para olvidar tan fácilmente esos plácidos momentos que constituyen, la mayor felicidad de todos los tiempos. En Salamina, por ejemplo, mi vereda de Calichal se iluminaba con faroles multicolores y luminarias que ardían toda la noche desde el alto de Portachuelo hasta Guaimaral la tierra de don Pedro Naranjo y Manuel Rivillas, de tan grata recordación. En el plan de la serranía de Calichal, en la casa de Teresita Cardona hija de don Pipe, el pesebre tenía un niño Dios crespito de singular belleza y que pertenecía a la artesanía quiteña del siglo XVIII, que empezó a llegar en vida del padre Barco. En su casa de Pereira, Teresita conservaba este niño Dios, y qué felicidad la mía cuando lo volví a ver, ya que solo tenía cinco años cuando me dejaron acariciarle los crespitos, con mi tía Margarita.
El día 24 cuando empezaban a cantar los villancicos con el silbo de los pífanos, el cha cha cha de los cascabeles al son de las dulzainas y las guitarras de los hermanos Rudas, la alegría era tan inmensa como jamás la he vuelto a experimentar. Estos gratos momentos, se podían comparar con la alegría celestial ya que nosotros pensábamos, que el niño Jesús también estaba cantando entre los montañeritos de la vereda y con razón digo yo, que la infancia es el paraíso perdido del corazón.
La exquisita natilla paisa de maíz amarillo y muy lechuda, los buñuelos de maíz capio, las conservas de brevas con tajadas de queso y sobre todo, la gente tan buena, amable y cristiana que compartía con los pobres. Porque la educación de entonces era amor al prójimo, las obras de caridad, respeto y temor a Dios y la mano tendida para ayudar a nuestros semejantes y no para asesinarlos en oscuras masacres. Siempre es muy cierto y ahora viejos ya lo hemos experimentado, que ese vacío de Dios nos alejó del caminito de los Reyes Magos, para caer en manos de las hordas de Herodes. ¡Y todo pasó tan de repente! Hoy acariciamos aquellos días navideños, como una dulce ilusión de los momentos más gratos en el álbum del recuerdo, para decir con el poeta Gonzalo Arango: “la felicidad es triste”.
Por estos días decembrinos, mi esposa Alicia y yo siempre amanecemos con una nostalgia navideña y nunca quisiéramos que pasara diciembre. Es una nostalgia que viene de muy lejos y seguramente nos acompañará, hasta el final de nuestros días porque esta historieta de pintados muñequitos y querubines, ni las grandes potencias con su modernismo y nuevas religiones, han podido destruir.

