La sabiduría que emana de los rincones cotidianos y la genialidad de la cultura popular son un tesoro que vale la pena resaltar, por ello, me di a la tarea de recopilar algunas piezas gráficas en diferentes sitios, las cuales reflejan la forma más simple de comunicar, en síntesis, lo que en otras circunstancias requeriría textos completos o largos artículos especializados. La brevedad da una lección inigualable para comunicar sin adornos innecesarios y con el objetivo logrado.
La Navidad es una época maravillosa, luces parpadeantes, el aroma a buñuelos y, por supuesto, la filosofía espontánea que adorna nuestro día a día. Mientras los grandes pensadores debaten sobre el ser y la nada, el pueblo, con una simple servilleta o un tapete de fibra, ya ha resuelto el misterio de la existencia, la hospitalidad y la economía doméstica.
Porque, aceptémoslo: hay más verdad en el letrero de una tienda de barrio que en cien aforismos pulcros. La sabiduría popular no tiene tiempo para rodeos. Es directa, humorística y, sobre todo, profundamente humana.
Veamos entonces unos ejemplos:
– La hospitalidad con cronómetro
Fui de visita a una persona residente en el quinto piso de un edificio cercano, de esos donde la gente se saluda con un levantamiento de ceja y al pasar por la entrada de un apartamento del piso tres me encontré con el primer mandamiento de la hospitalidad moderna, grabado en un humilde tapete de entrada:
«Bienvenidos, pero no mucho rato.»
¡Qué belleza! Es la cumbre de la honestidad. Nos ahorra el drama del anfitrión que mira el reloj y del invitado que finge no notarlo. En un par de palabras, se reconoce el deseo de compartir, sí, pero también el sagrado derecho a la intimidad. Es la tesis sociológica sobre el espacio personal, destilada en una fibra que uno pisa.
Vino a mi memoria una anécdota relatada por alguien cercano; fue el caso de una señora que llegaba a su casa a hacer visita frecuente en horas tempranas de la mañana y pasaba el día entero, hasta las nueve de la noche, al momento de despedirse decía: “Muchas gracias por todo y mañana vengo con más despacio”.
Cuán útil le hubiera sido el tapete.
– La culinaria con estilo
Si el hogar pone límites, el restaurante establece un contrato emocional. En un rincón gastronómico que visité, la bienvenida era doblemente poética. Al entrar, un aviso sentenciaba:
«Bienvenidos a nuestra mesa donde la comida sabe “rico” y es arte.»
Una declaración de principios que conjuga el placer hedonista («sabe rico») con la dignidad intelectual («es arte»). Se le quita la solemnidad al chef con gorro alto para honrar al que guisa con amor y sazón. Y una vez dentro, justo sobre la caja, otra perla que enmarca la experiencia:
«Cada familia tiene una historia, bienvenidos a la nuestra.»
¡Genial!
Ya no somos clientes, sino invitados a la rutina doméstica. Los secretos del guiso de la abuela, los regaños del mesero, la alegría del que lava los platos. Es un recordatorio navideño de que, al final, la comida es solo la excusa para sentarse y compartir el bendito caos que es vivir.
– La Retribución Celestial
Pero si hay un género literario que alcanza la genialidad pura, es el de la súplica económica envuelta en humor. El acto de pedir propina es delicado, pero el genio popular lo ha transformado en una promesa de vida eterna. En una cafetería, el aviso no solo pedía, sino que prometía:
«Los que dejan propina suben al cielo.«
¡Un negocio redondo! Con un sencillo gesto monetario, se saltan todas las penitencias y se asegura el pase VIP al paraíso. Es la teología del servicio al cliente, donde el mesero se convierte en un ángel fiscal que administra la salvación. Una forma más divertida de recordar la caridad que cualquier sermón.
– El Aforismo Redondo
Y para cerrar este recorrido popular, nada mejor que la máxima encontrada en ese sitio pequeño y humilde, donde el olor a maíz tostado y mantequilla abrazan el alma. Un lugar especializado en arepas y filosofía de bajo costo:
«La vida es como la arepa, sabe a lo que uno le ponga.»
Esto ya no es un aviso; es un aforismo desafiante de la vida moderna.
¿Vacía y simple? ¿O rellena de queso, carne desmechada, aguacate y chicharrón? La arepa es la metáfora perfecta de la existencia. Es una base humilde que depende por completo de nuestra voluntad, nuestro esfuerzo y nuestra creatividad. No es un destino preescrito; es un lienzo, o mejor, un disco de maíz tibio, esperando ser coronado por nuestros sueños.
Así, mientras brindamos y nos deseamos felices fiestas, recordemos que la verdadera magia de la temporada está en esos pequeños actos de genialidad cotidiana. En los avisos que nos hacen sonreír, en la arepa que sabe a lo que decidimos ponerle y en la honestidad de invitar a alguien… «pero no mucho rato.»
¡Feliz Navidad, llena de buena sazón y mucha propina!

