En Ginebra, cuando llega junio, el aire no se queda quieto: se acomoda para escuchar. Hay un modo particular en que el pueblo respira esos días; como si las calles, el parque, los pasillos hacia el coliseo y hasta los corredores de las casas se alinearan con una misma expectativa: que suene, por fin, la música andina colombiana en su casa mayor, el Festival Mono Núñez.
Del 25 al 28 de junio de 2026, Ginebra volverá a ser epicentro de esa tradición que no se archiva, sino que se renueva con cada voz y cada cuerda. El Mono Núñez no es solo una agenda de conciertos: es un certamen que, desde hace décadas, reúne intérpretes, compositores y público alrededor de un repertorio que habla con acento de montaña, de memoria y de país.
Quien ha vivido el festival sabe que la emoción no empieza cuando se anuncia un ganador; empieza antes, cuando alguien decide presentarse. Hay un instante íntimo —casi secreto— en que una agrupación o un solista se mira y entiende que vale la pena: preparar la obra, cuidar el arreglo, pulir la afinación, sostener el carácter, y llegar a un escenario que no perdona lo tibio porque fue creado para celebrar lo mejor. En el Mono Núñez, la competencia no aplasta: ordena el oficio, pone el listón alto y obliga a que la tradición sea tratada con respeto, pero también con imaginación.
Y aquí entra una noticia clave para quienes sueñan con concursar —y para quienes no quieren perderse ni una noche del certamen—: a partir del 2 de enero de 2026 estarán disponibles las Bases del concurso en la web oficial de Funmúsica (https://funmusica.org). En ese mismo canal también se encuentran a la venta los abonos para asistir al 52º Festival Mono Núñez, una forma de asegurar el lugar y acompañar el proceso completo, de principio a fin.
El concurso, además, tiene una estructura que ya es parte del lenguaje del festival: la distinción entre Gran Premio Mono Núñez vocal y Gran Premio Mono Núñez instrumental, con finalistas seleccionados a partir de noches eliminatorias. Esa separación no divide: ilumina. Permite que cada modalidad respire con su propio ritmo y que el público, noche tras noche, entienda la diferencia entre conmover con una letra bien dicha y deslumbrar con una ejecución que hace parecer fácil lo que en realidad toma años.
Y mientras el coliseo concentra la atención, el pueblo se abre como una caja de resonancia. El festival ha crecido con espacios que amplían la experiencia, como el “Festival de la Plaza”, un escenario al aire libre que convoca multitudes en el parque y vuelve la música una celebración pública, sin puertas. Es ahí donde se siente, con claridad, que el Mono Núñez es también comunidad: familias enteras, jóvenes músicos aprendiendo con los ojos, visitantes que llegan por curiosidad y se van con un bambuco pegado al pecho.
Por eso, esta invitación tiene dos caminos que se encuentran en el mismo destino.
El primero es para quienes tienen música entre las manos: participen. Presentarse al Mono Núñez es entrar en conversación con una tradición viva, con un público que sabe escuchar; es poner a prueba el repertorio andino colombiano en el escenario que, por décadas, ha sido referencia nacional. No se trata únicamente de ganar: se trata de estar a la altura de la historia, de defender un sonido propio y de aportar una página nueva a ese libro colectivo que cada año se reescribe en Ginebra.
El segundo camino es para quienes saben que la música también se cuida desde la silla del público: compren los abonos y aseguren su lugar. Un abono no es solo una forma práctica de asistir: es una declaración de intención, una manera de decir “voy a estar” durante todo el recorrido, desde la expectativa de las eliminatorias hasta la intensidad de la final. Es regalarse el tiempo completo del festival: escuchar con calma, descubrir talentos, seguir la narrativa de las noches y vivir Ginebra no como visita fugaz, sino como experiencia.
Porque el Mono Núñez es, al final, un pacto: el de un país que decide no olvidar sus sonidos. En un mundo que corre, cuatro días de música andina colombiana son una pausa necesaria, una forma de volver a lo esencial sin renunciar a lo nuevo. Del 25 al 28 de junio de 2026, Ginebra abre sus puertas para que esa música vuelva a decir quiénes somos, cómo sentimos y de qué estamos hechos.

